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Historia

HISTORIA: VESTALES: "RHEA SILVIA"

Rea Silvia

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Rea Silvia, también conocida como Ilia, fue la mítica madre de los gemelos Rómulo y Remo, que fundaron la ciudad de Roma. Su historia se relata en el Ab Urbe condita libri del historiador Tito Livio.

La Leyenda [editar]

Torso de Silvia, Cartagena.

Según la leyenda, Silvia era hija de Numitor, rey de Alba Longa, y descendía de Eneas. El hermano de Numitor, Amulio, ascendió al trono y asesinó al hijo de Numitor. Amulio obligó a Silvia a convertirse en una Virgen Vestal, una sacerdotisa consagrada a la diosa Vesta. Las vestales debían guardar un periodo de celibato de treinta años por lo que Silvia no podría tener herederos.

Sin embargo, el dios Marte secuestró a Silvia[1] y la violó en un bosque. De esta violación nacieron los gemelos Rómulo y Remo. Cuando Amulio se enteró de esto, ordenó que a Rea Silvia se la enterrara viva y que se matara a los gemelos. El bondadoso siervo al que se le había ordenado la tarea dejó a los gemelos en el Tíber, pero no los asesinó. El dios del río encontró a los gemelos y los dejó al cuidado de una loba, Luperca.,[2] que había perdido a sus propios cachorros, para que los amamantara. El dios Tíber rescató a Rea Silvia y se casó con ella. Cuando los gemelos fueron a Roma, derrocaron a su tío Amulio y restablecieron en el trono de Alba Longa a Numitor.

Tito Livio presenta en su libro Ab Urbe Condita Libri una versión más racional de la historia. En el Ab Urbe se relata que el río creció cuando los soldados recibieron órdenes de asesinar a los gemelos y que los militares pensaron que el fango derivado de la crecida sería suficiente para ahogar a los gemelos. Livio también arroja dudas sobre la famosa leyenda de que fueron amamantados por una loba. Además, según Livio, la mujer del pastor Fáustulo, Aca Larentia, que cuidó a los gemelos, era una famosa prostituta. La correlación entre estos dos hechos es que en latín la palabra lupa significa tanto "loba" como "prostituta", por lo que no es disparatado pensar que la lupa a la que se refieren los escritos antiguos fuera en realidad Aca Larentia.

Según Livio, la explicación realista de este mito es fundamental para la historis de Roma. Los artistas recurren en numeras ocasiones a la leyenda de la violación de Silvia por Marte: Los Latinistas, Invención de Rea Silvia...

En una versión presentada por Ovidio,[3] es el Río Anio el que tuvo piedad de Silvia y le ofreció el reinado de sus tierras.

Etimología [editar]

El nombre de Rea Silvia sugiere que podía tratarse de una deidad menor o una semidiosa de los bosques. Silva significa "bosque" o "selva" y Rea puede estar relacionado con "res" y "regnum"; también puede estar relacionada con la palabra griega rheô, que significa "flujo" y que se asociaría por tanto al espíritu del Tíber. Carsten Niebuhr asocia el nombre de Rea Silvia con el nombre genérico de Rea (culpable) y Silva (selva), lo que significaría "mujer culpable de la selva", es decir, mujer que ha sido violada.

Referencias [editar]

  1. El secuestro y violación de Marte a Rea Silvia se convirtió en una de las escenas más características de los hogares romanos en los que las matronas romanas contrataban a los mejores artistas posibles para que decoraran sus casas con esta magnífica representación.
  2. Esta Loba se convirtió en el característico símbolo de Roma
  3. Ovidio: Amores, libro III, elegía IV: 'El Río Profundo'.

HISTORIA: "LAS VESTALES O SACERDOTISAS DE VESTA" GUARDIANAS DEL FUEGO SAGRADO DE ROMA

Vestal

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Relieve de una Vestal (117-138 d. C. Del Palatino

En la antigua Roma, una sacerdotisa consagrada a la diosa del hogar Vesta, recibía el nombre de Vestal. Eran sacerdotisas públicas y, en tanto que tales, constituían una excepción en el mundo sacerdotal romano, que estaba casi por entero compuesto de hombres.

Las seis vestales debían ser vírgenes, de padre y madre reconocidos, y de gran hermosura. Eran seleccionadas a la edad de seis a diez años. Una de sus mayores responsablidades era mantener encendido el fuego sagrado del templo de Vesta, situado en el Foro romano. Estaban tocadas con un velo en la cabeza y portaban una lámpara, naturalmente encendida, entre las manos.

Cuando una candidata a vestal era seleccionada, era separada de su familia, conducida al templo donde le eran cortados los cabellos, y donde era suspendida de un árbol como un mono, a fin de dejar claro que ya no dependía de su familia.

El servicio como vestal duraba treinta años, diez de los cuales estaban dedicados al aprendizaje, diez al servicio propiamente dicho y diez a la instrucción. Transcurridos estos años podían casarse si querían, aunque casi siempre lo que ocurría es que las vestales retiradas decidían permanecer célibes en el templo.

Su ocupación fundamental era guardar el fuego sagrado. Si éste llegaba a extinguirse, entonces se reunía el Senado, se buscaban las causas, se remediaban, se expiaba el templo y se volvía a encender el fuego. El fuego era encendido usando la luz solar como fuente de ignición. La vestal que hubiera estado de guardia cuando el fuego se apagaba, era azotada.

Además de privilegios y honores por todas partes, las vestales podían testar aún viviendo sus padres. Incluso disponer de lo suyo sin necesidad de tutor o curador.

Las vestales tenían el privilegio de absolver a un condenado a muerte que encontraran cuando éste era conducido al cadalso, siempre y cuando se demostrase que el encuentro había sido casual.

El perder la virginidad era considerado una falta peor incluso que el permitir que se apagase el fuego sagrado. Inicialmente, el castigo era la lapidación; luego esta pena fue sustituida por el decapitamiento y el enterramiento en vida. Sin embargo, sólo se conocen veinte casos en los que esta falta fue detectada y castigada.

Bibliografía consultada [editar]

 

SOBRE "LAS VESTALES" O "SACERDOTISAS DE VESTA" EN:

http://www.imperivm.org/articulos/vestales.html

HISTORIA: ROMA; "LAS VILLAE ROMANAS"

Villa romana

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visión moderna de una villa romana (Jean Achille Benouville.

La Villa romana, originalmente era una morada rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agrícola en Roma Antigua, constituyen no obstante uno de los ejemplos más notables de edificación romana.

Contenido

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Historia y orígenes [editar]

Sus origenes se remontan a las villas griegas del siglo V a. C. y aparecen en la zona del Lacio un siglo más tarde. Estas propiedades podían consistir en pequeñas haciendas dependientes de trabajo familiar o por el contrario en grandes propiedades, con trabajadores esclavos, o siervos. En los siglos II y I a. C. se produce un crecimiento económico y la paulatina desaparición de los pequeños agricultores paralela a un significativo aumento de los latifundios. Esto repercute positivamente en las villae, cuya parte residencial pasa a ser cada vez más sofisticada y elegante constituyéndose en magníficas domus. Construidas frecuentemente en torno a un patio, comezaban a ser edificadas como casas de campo para los ricos, siendo cultivadas por arrendatarios y supervisadas por un administrador (vilicus). La mayoría de estas construcciones son abandonadas a finales del siglo II d. C. y las que perduran son transformadas de forma radical. Las causas son, fundamentalmente, un reestructuramiento de la producción motivado por la concentración de tierras y la competencia con la producción africana. A partir del siglo IV muchas se transforman en lugares de culto y algunas compaginan ambas funciones, constituyéndose en un factor importante de la cristianización del mundo rural. En en valle del Guadalquivir perduran algunas villas hasta el siglo VII transformadas en iglesias cristianas. Las invasiones bárbaras unidas a un cambio en la cultura y en la propiedad acaban con las últimas villas.

La villa suburbanae (urbanas): Residencia de la aristocracia romana, tiene su origen el el palacio helenístico. A partir del siglo I a. C. el peristilo es el espacio dominante, desplazando al atrio. Se han hallado en la Campania y el Lacio. La mejor conservada es La villa de los misterios en Pompeya del siglo II a. C. La villas suburbanae pueden ser de varias clases: con atrio; con atrio y peristilo, con peristilo, con pabellones y en forma de hemiciclo o de "U".

Las villas imperiales: Son edificaciones donde residía el emperador, por ello están bien protegidas y su grandiosidad y exquisita decoración dan muestras del poder imperial. Comienzan a construirse a partir del siglo I d. C. con la llegada del nuevo régimen.La más antigua de las conocidas es la del emperador Tiberio en Capri, construida en una isla. La villa de Adriano en Tívoli es una de las más impresionantes y en ella se dan cabida los monumentos más representativos del imperio.

Villas romanas conservadas [editar]

En el territorio español se encuentran numerosos restos arqueológicos de villas romanas, vestigios de la Hispania Romana. Se conocen más de 500 villae. Entre ellos existen ejemplos de la Villa Romana de "El Ruedo" en Almedinilla (Córdoba), Villa romana de la Olmeda en Palencia , Villa romana de Almenara-Puras en Valladolid y Villa romana de Camarzana de Tera ( Zamora),las Villas romanas de Toralla en Vigo, la villa romana de Camesa-Rebolledo en el sur de Cantabria, las de Bruñel en Jaén, las de Ròtova en Valencia, las Villas romanas de Río Verde en Marbella. Algunas de ellas han sido musealizadas, tales como la Villa de las Musas en Arellano (Navarra). Algunos ejemplos como el de Torreáguila se encuentran en muy buen estado para ser estudiados.

Fuera del territorio de la Hispania Romana se encuentra la Villa de Adriano en Italia que es una de las más espectaculares construida en el siglo II porel emperador romano Adriano. Otros ejemplos en Italia es la villa romana del Casale. En Inglaterra existen villas en villa romana de Lullingstone.

Literatura [editar]

  • Branigan, Keith 1977. The Roman villa in South-West England
  • Hodges, Richard, and Riccardo Francovich 2003. Villa to Village: The Transformation of the Roman Countryside (Duckworth Debates in Archaeology)
  • Frazer, Alfred, editor. The Roman Villa: Villa Urbana (Williams Symposium on Classical Architecture, University of Pennsylvania, 1990)
  • Johnston, David E. 2004. Roman Villas
  • McKay, Alexander G. 1998. Houses, Villas, and Palaces in the Roman World
  • Percival, John 1981. The Roman Villa: A Historical Introduction
  • du Prey, Pierre de la Ruffiniere 1995. The Villas of Pliny from Antiquity to Posterity
  • Rivert, A. L. F. 1969. The Roman villa in Britain (Studies in ancient history and archaeology)
  • Shuter, Janet 2004. Life in a Roman Villa (series Picture the Past)
  • Smith, J.T. 1998. Roman Villas

Referencias externas [editar]

HISTORIA: "LA DIVINIZACIÓN DEL PODER EN ROMA" : OCTAVIO AUGUSTO

La ciudad romana de Tarraco, la actual Tarragona, fue una de las primeras posesiones occidentales del Imperio que instauraron por decisión propia el culto a Octavio Augusto, primer emperador de Roma. Se le erigió un templo en el que oficiaba un sacerdote y se introdujeron juegos (ludi) en su honor.

El origen y desarrollo del culto imperial fue ajeno a las imposiciones de la administración imperial. Eran cultos practicados de forma espontánea por las ciudades, las provincias o los particulares y se enmarcaban en las antiguas tradiciones religiosas de los diferentes pueblos del Imperio.

Además, el culto imperial solía ir acompañado de un culto paralelo a Vesta, diosa protectora de la ciudad. En la ciudad de Roma, el culto al emperador se fue instaurando lentamente, ya que las antiguas tradiciones religiosas se oponían a la idea de divinizar a una persona viva. El culto al emperador sólo se introdujo con la implantación de la apoteosis, término que designaba la deificación de una persona después de su muerte proclamándola divus o diva, según se tratase de un hombre o una mujer.

El culto al monarca

 

La costumbre de rendir culto al monarca provenía del Próximo Oriente y estaba muy extendida en Egipto, donde el faraón era venerado como un dios. Los posteriores soberanos de Egipto, tanto los reyes persas aqueménidas como Alejandro Magno, perpetuaron esta tradición.

De los dioses se esperaba protección, sobre todo en los momentos de inestabilidad política, que durante la República, y en menor medida durante el Imperio, eran muy frecuentes. Esto llevó consigo la celebración, es decir divinización, del general o emperador victorioso que había reconquistado la paz, por lo cual se le atribuía un poder divino. Sin embargo, esto no significaba que fuera considerado como un dios, sino que se ensalzaba su excepcionalidad y se le situaba por encima de los demás hombres. En cierto modo esta costumbre era parecida al culto a los héroes en Grecia, figuras sobrehumanas pero no por ello divinas.

En la religión romana ya existían implícitamente los requisitos necesarios para la divinización de personas vivas. Éstos se hallaban en una antigua tradición romana de divinizar conceptos abstractos como, por ejemplo, la Victoria Augusta o de un modo más personalizado, en época de César, la Clementia Caesaris (Clemencia de César). En esta tradición se inscribía el culto al Genius, que era la divinización de la personalidad. Esta conjunción fue aprovechada por Augusto, quien mandó asociar el culto de su propio Genius al culto de los Lares de la ciudad, cuyos altares estaban instalados en todas las encrucijadas de Roma.

El proceso de divinización del emperador, iniciado por Octavio Augusto, que inauguró el Imperio como "hijo del divinizado" (divi filius) César, fue lento. Pero él no aceptó ser divinizado en vida y lo fue después de su muerte. Aun así, preparó el camino: el senado le otorgó epítetos como Optimus y, sobre todo, el de Augusto. Estos epítetos, en su mayoría superlativos, solían acompañar al nombre de una divinidad, como era el caso del Júpiter Optimus de la tríada capitolina. Simultáneamente se multiplicaron, por decisión del senado, los cultos a abstracciones como la Pax Augusta o la Concordia Augusta. Por ellas se creaba una ambigüedad que, inevitablemente, llevó a confundirlas con el detentador de este epíteto, Octavio Augusto. El camino que conducía a la divinización quedaba allanado.

Emperadores y sacerdotes

 

Augusto, y después de él todos los emperadores, acumularon cargos sacerdotales (como el de Gran Pontífice) y ejercieron el monopolio sobre los auspicios (interpretación de los presagios). Como consecuencia, asumieron un poder arbitrario sobre las cuestiones religiosas. Así fue como el emperador Tiberio pudo expulsar de Roma a los caldeos o Claudio a los judíos. Poco a poco, el emperador se fue convirtiendo en el intermediario "natural" entre el pueblo romano y los dioses. De hecho, el culto imperial y su acatación eran considerados una muestra de civismo. En el calendario litúrgico de Roma, el culto a los divi ocupó un espacio cada vez mayor y desde la oficialidad se proclamaban las "virtudes" sobrenaturales del emperador. No sólo se exaltaba su figura, sino la de toda su familia. Por ello Calígula decretó la divinización de su hermana Drusila como diva Drusilla.

En el panorama religioso politeísta, esto significó la introducción de la idea de una única divinidad por encima de las demás. El emperador Aureliano, en el siglo III d.C., instauró el culto al Dios Sol Invencible (Sol Invictus). De esta manera el Sol, al que Aureliano consideraba su protector personal, fue proclamado dios soberano del Imperio romano. Con este nuevo aspecto de la vida religiosa romana entraron en conflicto los cristianos. A pesar de la tradicional tolerancia a la práctica de cualquier culto (aunque, los cristianos fueron perseguidos desde el principio), a partir de este momento el culto imperial tenía un tinte de idolatría que era inaceptable para el monoteísmo cristiano.

HISTORIA. LA CIUDAD ROMANA

HISTORIA. LAS CIUDADES ROMANAS

Ciudad romana

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Plano romano de Caesaraugusta, encuadrado en la Zaragoza actual. Puede verse el decumanus maximus (1) y el cardus maximus (2)

La ciudad romana es heredera directa de la griega, pero tuvo un desarrollo gradual e ininterrumpido durante todo el Imperio. Inicialmente tenían un desarrollo orgánico, resultado de ir añadiendo casas al núcleo original. La ciudad romana por antonomasia es Roma, la Urbs (o Urbe). La ciudad, que superó el millón de habitantes durante el Imperio, tiene un plano de este tipo culto y especificado.

Sin embargo, los romanos fundaron multitud de colonias en las tierras que dominaron y ahí apareció otro tipo de urbanismo. Tiene un plano ortogonal, lugares públicos donde se reúne el pueblo para tomar las decisiones políticas y en donde divertirse, templos y palacios. Si el plano es cuadrangular no todas las calles son iguales: hay dos calles principales mucho más anchas y que cruzan la ciudad de parte a parte: el cardo con dirección norte-sur, y el decumano, con dirección este-oeste. El resto de las calles son más estrechas y se inscriben dentro de una de las manzanas en que se divide el rectángulo. Claro que ésta es la disposición de las ciudades nuevas, frecuentemente de origen militar.

La expansión de Roma se tradujo en la fundación de colonias en los territorios conquistados, en los que se fundaba una nueva ciudad o civitas. Más adelante, cuando ya dominaba extensos territorios, los romanos fundaron más ciudades por razones comerciales, defensivas o, simplemente, para asentar poblaciones. Son de planta romana Florencia y Turín en la Italia actual, Córdoba, Mérida, León, Zaragoza, en la Península Ibérica, Constantinopla, Verona, Lutecia (la actual París), Narbona, Timgad, Tingis (la actual Tánger), en otras partes. El caso de Florencia es muy interesante porque el casco antiguo, de planta netamente rectangular, con su cardo y decumano bien definidos, se encuentra muy bien conservado y contrasta nítidamente con los desarrollos urbanos de la Edad Media, con sus calles radiales y plano más desordenado alrededor de dicho casco central.

Además de la herencia griega, la ciudad romana desarrolla su propia morfología. Los romanos tratarán de hacer del entorno urbano un lugar digno para vivir, por lo que son necesarios el alcantarillado, la traída de aguas (acueductos), las fuentes, los puentes, las termas, los baños, el pavimento, el servicio de incendios y de policía, los mercados y todo aquello que es necesario para que viva la gente lejos del campo y con todos los refinamientos posibles para mejorar la salud pública. Había edificios públicos para el gobierno, el culto y la diversión: los palacios, templos, foros, basílicas, teatros, anfiteatros, circos, mercados, baños, etc.; todos ellos construidos de nueva planta. Además, había motivos de adorno y conmemoración como las columnas y los arcos de triunfo. De lo que en principio carecieron estas ciudades fue de muralla, ya que el poderío del Imperio servía para disuadir los intentos de atacar los núcleos urbanos. No fue hasta que comenzaron las invasiones germánicas, en el siglo III, que las ciudades se amurallaron, se colmataron y la calidad de la vida urbana descendió. Esto fue un golpe mortal para una civilización urbana como la romana. Las ciudades se convirtieron en lugares congestionados y poco saludables, y que en épocas de peligro no podían proporcionar a sus habitantes los productos básicos; así que los señores hacendados comenzaron a construir casas en el campo, las villas romanas, que se procuraban todo lo que necesitaban y se defendían a sí mismas. Es el comienzo de la Edad Media: la sociedad se ruraliza y la economía se feudaliza.

 

Véase también [editar]

HISTORIA. HISTORIA DE ESPAÑA: LA CONQUISTA ROMANA

Se conoce como Hispania Romana a los territorios de la Península Ibérica durante el período histórico de dominación romana.

Este periodo se encuentra comprendido entre 218 a. C. (Fecha del desembarco romano en Ampurias) y los principios del siglo V (cuando entran los visigodos en la Península, sustituyendo a la autoridad de Roma). A lo largo de este extenso periodo de siete siglos, tanto la población como la organización política del territorio hispánico sufrieron profundos e irreversibles cambios, y quedaría marcado para siempre con la inconfundible impronta de la cultura y las costumbres romanas.

De hecho, tras el periodo de conquistas, Hispania se convirtió en una parte fundamental del Imperio Romano, proporcionando a éste un enorme caudal de recursos materiales y humanos, y siendo durante siglos una de las partes más estables del mundo romano y cuna de algunos gobernantes del imperio

 

La conquista [editar]

Muralla romana de Ampurias, punto de entrada de la invasión romana en la Península Ibérica
Artículo principal: Conquista de Hispania

Lo que se inició a finales del siglo III a. C. como una invasión estratégica para cortar las líneas de abastecimiento cartaginesas que sostenían la invasión de la Península Itálica por Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica, pronto pasó a ser una invasión de conquista que en unos doce años había expulsado por completo a las fuerzas cartaginesas de la Península. Sin embargo, Roma aún tardaría casi dos siglos en dominar la totalidad de la Península Ibérica, debido principalmente a la fuerte resistencia que los pueblos del interior (celtíberos, lusitanos, astures, cántabros, etc.) ofrecieron a los invasores. Dos siglos de guerras intermitentes aunque extremadamente violentas y crueles, tras los cuales las culturas prerromanas de Hispania fueron casi por completo exterminadas. La dominación romana perduraría hasta la entrada en Hispania de las primeras tribus bárbaras, ya en el siglo V, formando durante los siete siglos de influencia romana una población homogénea en Hispania conocida como «hispano-romana».

La influencia romana en la Península Ibérica [editar]

Puente romano de Córdoba, ejemplo de la durabilidad de las obras civiles romanas
Artículo principal: Romanización de Hispania

Al tiempo que Roma establecía su dominio sobre la Península Ibérica, también importaba a la misma su particular forma de entender la vida: su economía, su legislación, las infraestructuras que les permitieron crear y conservar un imperio y las manifestaciones artísticas de todo tipo. De todo ello se conserva hoy un importante legado no sólo arqueológico, sino también cultural, que aún hoy permanece en las lenguas romances habladas en España y Portugal, descendientes directas del latín.

Organización política [editar]

Casi desde el primer momento, los romanos organizaron Hispania mediante la subdivisión de ésta en diferentes provincias administrativas bajo el gobierno de pretores que actuaban como virreyes en nombre de Roma. A lo largo del dominio romano sobre Hispania, ésta estuvo dividida en las siguientes provincias:

Las ciudades [editar]

El proceso de romanización en la Península se basó fundamentalmente en las ciudades como núcleos exportadores de la nueva cultura. La política urbanizadora comenzó pronto, aunque con fines casi exclusivamente defensivos. Durante la época republicana las riquezas mineras y agropecuarias de Hispania atrajeron gran número de emigrantes romano-itálicos, sobre todo después de la crisis del siglo II a. C. Éstos, unidos a los soldados establecidos en la Península comenzaron a asentarse en ciudades de status jurídico dudoso. Un ejemplo de esta etapa es la ciudad de Carteia.

Con Julio César comenzó un periodo de colonización y municipalización, resolviendo el problema que padecía Italia por la falta de ager publicus, asentó en Hispania a sus soldados fundando nuevas colonias. También concedió la ciudadanía romana a municipios ya existentes, premiando así su fidelidad en la guerra civil que mantuvo con Pompeyo en la Península, por eso la mayoría de ellos se encuentran en la Bética. Augusto continuó la política de César, municipios augusteos son: Osca, Calagurris, Baetulo, Segóbriga, Ilerda, Iuliobriga, etc. Vespasiano concedió el derecho latino a todas las ciudades de Hispania.

Las ciudades poseían diferente categoría jurídica; así las colonias y municipios romanos estaban libres de cargas tributarias, las ciudades de derecho latino se encontraban en un escalafón inferior, por debajo de éstas estaban las ciudades peregrinae que carecen de privilegios jurídicos para sus habitantes. En el último lugar se encontraban las stipendiariae, que estaban obligadas a pagar un tributo a Roma, así como a aportar soldados al ejército.

El arte romano en Hispania [editar]

Artículo principal: Arte romano en Hispania
Teatro romano de Mérida

Además de las obras civiles, algunas de las cuales podrían ser consideradas como obras de arte por la maestría de su ejecución (que les ha permitido sobrevivir en algunos casos más de dos mil años), la influencia cultural romana produjo un importante legado artístico, legado que tuvo también su influencia sobre las corrientes artísticas de los periodos siguientes como el románico, el renacentista e incluso en el arte musulmán de Al-Ándalus. En el sur peninsular se dan además manifestaciones artísticas del arte bizantino procedentes del periodo de dominio del Imperio Romano de Oriente sobre esta parte de la Hispania post-romana.

Véase también [editar]

HISTORIA. HISTORIA DE ESPAÑA. LA CONQUISTA ROMANA

Se conoce como Conquista de Hispania al periodo histórico comprendido entre el desembarco romano en Ampurias (218 a. C.) y la conclusión de la conquista romana de la Península Ibérica por César Augusto (17 a. C.), así como a los hechos históricos que conforman dicho periodo.

 

Ya antes de la Primera Guerra Púnica, entre los siglos VIII y VII a. C., los fenicios (y posteriormente los cartagineses) habían hecho acto de presencia en la parte sur de la Península Ibérica y en la zona de levante, al sur del Ebro. Se asentaron a lo largo de estas franjas costeras en un gran número de instalaciones comerciales que distribuían por el mediterráneo los minerales y otros recursos de la Iberia prerromana. Estas instalaciones, consistentes en poco más que almacenes y embarcaderos permitían no sólo la exportación, sino también la introducción en la Península de productos elaborados en el Mediterráneo oriental, lo que tuvo el efecto secundario de la adopción por parte de las culturas autóctonas peninsulares de ciertos rasgos orientales.

También sobre el siglo VII a. C., los griegos establecerían sus primeras colonias en la costa norte del Mediterráneo peninsular procedentes de Massalia (Marsella), fundando ciudades como Emporion (Ampurias) o Rhode (Rosas), aunque al mismo tiempo fueron diseminando por todo el litoral centros de comercio, pero éstos sin carácter poblacional. Parte del peso comercial griego, sin embargo, era llevado a cabo por los fenicios, que comerciaban en la Península con artículos de y con destino a Grecia.

Como potencia comercial en el Mediterráneo occidental, Cartago ampliaba sus intereses hasta la isla de Sicilia y el sur de Italia, lo que pronto resultó muy molesto para el incipiente poder que surgía desde Roma. Finalmente, este conflicto de intereses económicos (ya que no territoriales, puesto que Cartago no se había demostrado como una potencia invasora) desembocaron en las llamadas Guerras Púnicas, de las cuales la primera de ellas no terminó sino en un inestable armisticio, habiendo generado una animadversión entre ambas culturas que conduciría a la Segunda Guerra Púnica, la cual terminaría 12 años más tarde con el dominio efectivo de Roma sobre el levante y el sur peninsular. Posteriormente, Cartago sufriría la decisiva derrota en Zama que la borraría de la escena histórica.

A pesar de haberse impuesto sobre la potencia rival del Mediterráneo, Roma aún tardaría dos siglos en dominar por completo la Península Ibérica, ganándose con su política expansionista la enemistad de la práctica totalidad de los pueblos del interior. Se considera que los abusos a los que estos pueblos fueron sometidos desde el principio fueron en gran parte culpables del fuerte sentimiento antirromano de estas naciones. Tras años de cruentas guerras, los pueblos autóctonos de Hispania fueron finalmente aplastados por el rodillo militar y cultural romano, desapareciendo en este proceso de choque cultural, aunque no sin antes dejar el indeleble ejemplo de la resistencia feroz ante un enemigo muy superior.

La Iberia cartaginesa [editar]

Yacimiento arqueológico de la muralla púnica de Cartagena, tomada por los romanos en 209 a. C.

La familia cartaginesa descendiente de Amílcar Barca inició después de la Primera Guerra Púnica la sumisión efectiva de la península, que se extendió a buena parte de ella, sobre todo al Sur y al Levante. Una sumisión lograda mediante tributos, alianzas, matrimonios, o simplemente por la fuerza.

Según algunos historiadores, como el conocido arqueólogo Schulten, el establecimiento de los carthagineses en el sureste de España y la fundación de la ciudad de Qart Hadasht, la actual Cartagena, en 227 a.C. por Asdrúbal tuvo como objetivo principal el control de la riqueza generada por las minas de plata de Cartagena.[1]

Con la plata de las minas de Cartagena pagaron ellos sus mercenarios, y, cuando por la toma de ésta en 209 a.C. Carthago perdió estos tesoros, Aníbal ya no fue capaz de resistir a los romanos, de manera que la toma de Cartagena decidió también la guerra de Aníbal.
SCHULTEN A. Fontes Hispaniae Antiquae.
Dishekel cartaginés de plata con la efigie de Amílcar Barca acuñado en Cartagena.

El general Asdrúbal el Bello fundó la ciudad de Qart Hadasht -según algunos historiadores sobre una primitiva ciudad tartésica denominada Mastia. La ciudad fue amurallada y urbanizada, según Polibio, sobre el cerro del Molinete de la ciudad se construyó Asdrúbal su palacio. Cartagena se convirtió en base de las operaciones militares de los cartagineses en Iberia.

Por otra parte, además de los ingentes recursos minerales de Iberia, la península proporcionaría a Cartago un importante suministro de tropas tanto mercenarias como de leva con las que enfrentarse a Roma, y con las que reafirmar su dominio en el norte de África, lo que era considerado por los romanos motivo suficiente para invadir Hispania. Entre estas tropas, procedentes de las diversas tribus que habitaban la península, se destacaban sobre todo los ilergetes y los legendarios honderos baleares.

La cuestión de Sagunto [editar]

La segunda guerra entre Cartago y Roma se inició por la disputa sobre la hegemonía en Sagunto, ciudad costera helenizada y aliada de Roma. Tras fuertes tensiones dentro del gobierno de la ciudad, que concluyeron con el asesinato de los partidarios de Cartago, Aníbal puso sitio a Sagunto el año 218 a. C., y a pesar de que ésta pidió ayuda a Roma, no la recibió. Tras un prolongado asedio y una lucha muy cruenta en la que incluso Aníbal resultó herido, el ejército cartaginés se apoderó de la ciudad, aunque no sin antes haber sido ésta prácticamente destruida por la batalla y posteriormente por sus habitantes. Muchos de los saguntinos prefirieron suicidarse antes de ser sometidos a la sumisión y la esclavitud que les esperaba a manos de Cartago.[cita requerida]

Después la guerra continuó con la expedición de Aníbal a Italia. Fue entonces cuando se produjo la entrada de Roma en la Península Ibérica. El motivo que impulsó la invasión fue sobre todo la imperiosa necesidad de cortar los suministros, que procedentes de Cartago e Hispania, contribuían a la expedición de Aníbal que tanto daño estaba provocando en la Península Itálica.

La invasión romana [editar]

Roma envió a Hispania tropas al mando de Cneo y Publio Cornelio Escipión. Cneo Escipión fue el primero que llegó a Hispania, mientras su hermano Publio se desviaba hacia Massalia con el fin de recabar apoyos y tratar de cortar el avance cartaginés. Emporion o Ampurias fue el punto de partida de Roma en la península. Su primera misión fue buscar aliados entre los iberos. Consiguió firmar algunos tratados de alianza con jefes tribales íberos de la zona costera, pero probablemente no logró atraer a su causa a la mayoría. Así por ejemplo sabemos que la tribu de los Ilergetes, una de las más importantes al Norte del Ebro, era aliada de los cartagineses. Cneo Escipión sometió mediante tratado o por la fuerza la zona costera al Norte del Ebro, incluyendo la ciudad de Tarraco, donde estableció su residencia.

La guerra entre Cartago y Roma [editar]

El primer combate importante entre cartagineses y romanos tuvo lugar en Cissa (218 a. C.) probablemente cerca de Tarraco, aunque se ha pretendido identificarla con Guissona en la actual provincia de Lérida. Los cartagineses, al mando de Hannon Barca, fueron derrotados por las fuerzas romanas al mando del propio Cneo Escipión. El caudillo de los Ilergetes, Indíbil, que combatía en el bando cartaginés, fue capturado. Pero cuando la victoria de Cneo era un hecho, acudió Asdrúbal Barca con refuerzos y dispersó a los romanos, sin derrotarlos. Las fuerzas cartaginesas regresaron a su capital Qart Hadasht (Cartagena), y los Romanos a su base principal, la ciudad de Tarraco.

En 217 a. C. la flota de Cneo Escipión venció a la de Asdrúbal Barca en las bocas del Ebro. Poco después llegaron refuerzos procedentes de Italia, al mando de Publio Escipión, y los romanos pudieron avanzar hasta Sagunto.

A Cneo y Publio Escipión hay que atribuir la fortificación de Tarraco y el establecimiento de un puerto militar. La muralla de la ciudad se construyó probablemente sobre la anterior muralla ciclópea; se aprecian en ella marcas de picapedrero ibéricas, ya que para su construcción debió emplearse la mano de obra local.

En 216 a. C. Cneo y Publio Escipión combatieron contra los íberos, probablemente de tribus del Sur del Ebro. Los ataques de estos íberos fueron rechazados.

En 215 a. C. los cartagineses recibieron refuerzos al mando de Himilcón, y se dio un nuevo combate en las bocas del Ebro, cerca de la actual Amposta o de San Carlos de la Rápita, en la llamada batalla de Dertosa o batalla de Hibera (o Ibera). La flota romana obtuvo la victoria.

La rebelión de Sifax, aliado de Roma, en Numidia (Argel y Orán), obligó a Asdrúbal a volver a África con sus mejores tropas (214 a. C.) dejando el campo libre en Hispania a los romanos. Asdrúbal Barca, ya en África, obtuvo el apoyo del otro rey númida, Gala, señor de la región de Constantina, y con ayuda de este (y del hijo de Gala, Masinisa), derroto a Sifax.

En 211 a. C. Asdrúbal Barca regreso a la península. Le acompañaba Masinisa con sus guerreros númidas.

Quizás entre el 214 y el 211 a. C., Cneo y Publio Escipión remontaron el Ebro. Sabemos seguro que el 211 a. C., los Escipiones contaban en su ejército con un fuerte contingente de mercenarios celtíberos, compuesto de varios millares de combatientes. Los celtíberos actuaban frecuentemente como soldados de fortuna.

Las fuerzas cartaginesas se estructuraron en tres ejércitos, comandados respectivamente por los hermanos Barca Asdrúbal y Magón, y por otro Asdrúbal (hijo éste último del comandante cartaginés Aníbal Giscón, muerto en la Primera Guerra Púnica). Por su parte, los romanos se organizaron en otros tres grupos, comandados por Cneo y Publio Escipión y por Tito Fonteyo.

Asdrúbal Giscón y Magón Barca, apoyados por el númida Masinisa, vencieron a Publio Escipión, que resulto muerto. Cneo Escipión hubo de retirarse al desertar los mercenarios celtíberos, a los que Asdrúbal Barca ofreció una suma mayor que la pagada por Roma. Cneo murió durante la retirada, y los cartagineses estaban a punto de pasar el río Ebro cuando un oficial llamado Cayo Lucio Marcio Séptimo, elegido como general por las tropas, les rechazó. El escenario de estos combates es incierto, pero sabemos que Indíbil combatía de nuevo con los cartagineses. El combate tuvo lugar en 211 a. C.

En 210 a. C. una expedición al mando de Cayo Claudio Nerón logró capturar a Asdrúbal Barca, pero este traicionó su palabra y huyó deshonrosamente.

Escipión el Africano. Busto de la época en el Museo Nacional de Nápoles

El Senado romano decidió enviar un nuevo ejército al Ebro, para evitar el paso del ejército cartaginés hacia Italia. El mando de este ejército fue confiado a Publio Escipión, hijo del general de igual nombre, muerto en combate en 211 a. C.

Publio Escipión (hijo) llegó a Hispania acompañado del procónsul Marco Silano (que debía suceder a Claudio Nerón) y del consejero Cayo Lelio, jefe de la escuadra.

A su llegada los tres ejércitos cartagineses se hallaban situados así: el ejército de Asdrúbal Barca tenía sus posiciones en la zona del nacimiento del Tajo; el ejército de Asdrúbal hijo de Giscón se situaba en Lusitania, cerca de la actual Lisboa; y el ejército de Magón quedaba ubicado en la zona del estrecho de Gibraltar.

Publio Escipión, en un golpe audaz, dejó desguarnecido el Ebro, y atacó Cartago Nova por tierra y mar. La capital púnica peninsular, dotada de una guarnición insuficiente al mando de un comandante llamado también Magón (comandante de Cartago Nova), hubo de ceder, y la ciudad quedó ocupada por los romanos. Publio Escipión regresó a Tarraco antes de que Asdrúbal pudiera traspasar las desguarnecidas líneas del Ebro.

Tras esta audaz operación una buena parte de la Hispania Ulterior se sometió a Roma. Publio Escipión supo atraerse a varios caudillos íberos, hasta entonces aliados de los cartagineses, como Edecón (enemistado con Cartago desde que su mujer y sus hijos fueron tomados como rehenes), Indíbil (por la misma causa), y Mandonio (afrentado por Asdrúbal Barca).

En el invierno de 209 a 208 a. C., Publio Escipión avanzó hacia el Sur, y chocó con el ejército de Asdrúbal Barca (que a su vez avanzaba hacia el Norte) cerca de Santo Tomé, en la aldea de Baecula, donde tuvo lugar la batalla de Baecula. Publio Escipión se atribuyó la victoria (lo cual es dudoso), pero, si tal fue el caso, no logró impedir que Asdrúbal Barca siguiera el avance hacia el Norte con la mayor parte de sus tropas. En su avance hacia el Norte Asdrúbal llegó a los pasos occidentales pirenaicos.

Así pues, se sabe que Asdrúbal cruzó los pirineos a través del país de los vascones. Probablemente trataría de concertar una alianza con éstos, aunque en cualquier caso, los vascones carecían de medios para oponerse al avance cartaginés. Asdrúbal acampó en el Sur de las Galias, y después paso a Italia (209 a. C.).

En 208 a. C. Magón Barca se retiró con sus fuerzas a las islas Baleares, y Asdrúbal Giscón se mantuvo en Lusitania.

En 207 a. C., reorganizados los cartagineses y con refuerzos procedentes de África al mando de Hannón, pudieron recobrar la mayor parte del Sur de la península. Tras someter Hannon esta zona, regresó Magón con sus fuerzas, y se trasladó a la zona Asdrúbal Giscón. Pero poco después las fuerzas de Hannon y de Magón fueron derrotadas por el ejército romano mandado por Marco Silano. Hannon fue capturado, y Asdrúbal Giscón y Magón hubieron de fortificarse en las principales plazas fuertes.

Asdrúbal Giscón y Magón Barca recibieron nuevos refuerzos desde África (206 a. C.), y por su parte reclutaron un contingente de indígenas, y presentaron batalla a los romanos en Ilipa (la actual Alcalá del Río, en la provincia de Sevilla), pero en esta ocasión Publio Escipión hijo obtuvo una clara victoria. Magón y Asdrúbal Giscón se refugiaron en Gades, y Publio Escipión quedo dueño de todo el sur peninsular, y pudo cruzar a África donde se entrevistó con el rey númida Sifax, que antes le había visitado en Hispania.

Una enfermedad de Publio Escipión fue aprovechada por una unidad del ejército para amotinarse en demanda de sueldos atrasados, y esto, a su vez, fue aprovechado por los Ilergetes y otras tribus ibéricas para rebelarse, al mando de los caudillos Indíbil (de los Ilergetes) y Mandonio (de los Ausetanos), rebelión dirigida esencialmente contra los procónsules L. Léntulo y L. Manlio. Publio Escipión apaciguó el motín y puso un final sangriento a la revuelta de los iberos. Mandonio fue preso y ejecutado (205 a. C.); Indíbil logró escapar.

Magón y Asdrúbal Giscón abandonaron Gades con todos sus barcos y sus tropas para acudir a Italia en apoyo de Aníbal, y tras la salida de estas fuerzas, Roma quedó dueña de todo el Sur de Hispania. Roma dominaba ahora desde los Pirineos al Algarve, siguiendo la costa. El dominio romano alcanzaba hasta Huesca, y desde allí hacia el Sur hasta el Ebro y por el Este hasta el mar.

Las guerras de conquista [editar]

Desde 197 a. C. la parte de la Península Ibérica sometida a Roma quedó dividida en dos provincias: la Citerior, al Norte (la futura Tarraconense, con Tarraco por capital), y la Ulterior (al Sur), con capital en Córdoba. El gobierno de estas dos provincias correspondería a dos procónsules (llamados también pretores o propretores) bianuales (lo que a menudo resultará incumplido).

Ya el mismo 197 a. C. la provincia Citerior fue escenario de la rebelión de los pueblos íberos e ilergetes, que el procónsul Quinto Minucio tuvo dificultades para controlar. La provincia Ulterior, tras la rebelión de los turdetanos, escapó del control de Roma, muriendo su gobernador. Roma hubo de enviar en 195 a. C. al cónsul Marco Catón, quien cuando llegó a Hispania encontró toda la provincia Citerior en rebeldía, con las fuerzas romanas controlando sólo algunas ciudades fortificadas. Catón venció a los rebeldes en el verano de este mismo año y recobró la provincia pero no logró atraerse a sus naturales, ni a los celtíberos que actuaban como mercenarios pagados por los turdetanos y cuyos servicios necesitaba. Tras una demostración de fuerza, pasando con las legiones romanas por el territorio celtíbero, les convenció para que volvieran a sus tierras. La sumisión de los indígenas era aparente, y cuando corrió el rumor de la salida de Catón hacia Italia, la rebelión se reanudó. Catón actuó con decisión, venció a los sublevados y vendió a los cautivos como esclavos. Todos los indígenas de la provincia fueron desarmados. Catón regresó a Roma con un triunfo otorgado por el Senado y un enorme botín de guerra consistente en más de once mil kilos de plata, más de 600 kg de oro, 123.000 denarios y 540.000 monedas de plata, todo ello arrebatado a los pueblos hispánicos en sus acciones militares. Tal como había prometido a Roma antes de su campaña, «la guerra se alimentará de sí misma».

Otro procónsul de Hispania, Marco Fulvio combatió posteriormente otras rebeliones.

Se acometió después la conquista de Lusitania, con dos destacadas victorias: en 189 a. C. la obtenida por el procónsul Lucio Emilio Paulo, y en 185 a. C. la obtenida por el pretor o procónsul Cayo Calpurnio (esta última más que dudosa).

La conquista de la zona central, la región llamada Celtiberia, se acometió en 181 a. C. por Quinto Fabio Flacco. Éste venció a los celtíberos y sometió algunos territorios. Pero la empresa fue obra principalmente de Tiberio Sempronio Graco (179 a 178 a. C.) que conquistó treinta ciudades y aldeas, algunas mediante pactos y otras valiéndose de la rivalidad de los celtíberos con los vascones situados más al Norte, con los cuales probablemente concertó las alianzas necesarias para facilitar la dominación romana en la región de Celtiberia.

Quizás en esta época algunas de las aldeas o ciudades vasconas ya habían sido sometidas (o lo fueron posteriormente) pero una parte importante de los vascones debió acceder al dominio romano voluntariamente, por alianza. Tiberio Sempronio Graco fundó sobre la ciudad ya existente de Ilurcís la nueva ciudad de Graccuris o Gracurris o Graecuris (probablemente la actual Alfaro, en La Rioja, o la ciudad de Corella en Navarra), de estructura romana, donde parece ser que fueron asentados grupos celtíberos organizados en bandas errantes. Esta fundación se situaría en 179 a. C. si bien la referencia escrita es posterior. Se cree que la fundación de esta ciudad tenía como finalidad la civilización de la zona celtibérica y la difusión de la cultura romana.

Graccuris debía encontrarse en la zona que durante los siguientes años se disputaran celtíberos y vascones, zona que coincide en líneas esenciales con el Valle del Ebro. Probablemente a Tiberio Sempronio Graco hay que atribuir la mayoría de los tratados concertados con los vascones y los celtíberos. En general los pactos establecían para las ciudades o aldeas un tributo pagadero en plata o productos naturales. Cada ciudad o aldea debía aportar un contingente prefijado para el ejército. Solo algunas ciudades conservaron el derecho a emitir moneda.

Pero los habitantes de las ciudades sometidas por la fuerza no eran casi nunca súbditos tributarios: Cuando ofrecían resistencia y eran derrotados eran vendidos como esclavos. Cuando se sometían antes de su derrota total, eran incluidos como ciudadanos de su ciudad pero sin derecho de ciudadanía romana.

Cuando las ciudades se sometían libremente, los habitantes tenían la condición de ciudadanos, y la ciudad conservaba su autonomía municipal y a veces la exención de impuestos. Los procónsules (llamados también pretores o propretores), es decir los gobernadores provinciales, tomaron la costumbre de enriquecerse a costa de su gobierno. Los regalos forzados y los abusos eran norma general. En sus viajes el pretor o procónsul, y otros funcionarios, se hacían hospedar gratuitamente; a veces se hacían requisas. Los pretores imponían suministros de granos a precios bajos, para sus necesidades y las de los funcionarios y familiares, y a veces también para los soldados. Las quejas eran tan fuertes que el Senado romano, tras oír una embajada de provinciales hispanos, emitió en 171 a. C. unas leyes de control: Los tributos no podrían recaudarse mediante requisas militares; los pagos en cereales eran admisibles pero los pretores no podrían recoger más de un quinto de la cosecha; se prohibía al pretor fijar por sí solo el valor en tasa de los granos; se limitaban las peticiones para sufragar las fiestas populares de Roma; y se mantenía la aportación de contingentes para el ejército. No obstante, como el enjuiciamiento de los procónsules que habían cometido abusos correspondía al Senado a través del Pretor de la Ciudad, rara vez algún procónsul fue juzgado.

Viriato y la rebelión de Lusitania [editar]

Probablemente fuera Lusitania la zona de la Península que más tiempo resistió el empuje invasor de Roma. Ya desde el año 155 a. C., el caudillo lusitano «Púnico» efectuó importantes incursiones en la parte de Lusitania dominada por los romanos, terminando con la paz de más de veinte años lograda por el anterior pretor Tiberio Sempronio Graco. Púnico que obtuvo una importante victoria frente a los pretores Manilio y Calpurnio, causándoles alrededor de 6.000 muertos.

Tras la muerte de Púnico, Caisaros tomó el relevo de la lucha contra Roma, venciendo de nuevo a las tropas romanas el año 153 a. C., y arrebatando a éstas sus estandartes, los cuales fueron triunfalmente mostrados al resto de los pueblos ibéricos como muestra de la vulnerabilidad de Roma. Por entonces, también los vetones y los celtíberos se habían unido a la resistencia, dejando la situación de Roma en Hispania en un estado de suma precariedad. Lusitanos, vetones y celtíberos saqueaban las costas mediterráneas, aunque en lugar de asegurar su posición en la Península, se desplazaron hacia el norte de África. Es en este año cuando llegan a Hispania los dos nuevos cónsules, Quinto Fulvio Nobilior y Lucio Mummio. La urgencia por restituir el dominio sobre Hispania hizo que los dos cónsules entraran en su cargo con dos meses y medio de anticipación. Los lusitanos desplazados a África fueron derrotados en Okile (actualmente Arcila, en Marruecos) por Mummio, que les forzó a aceptar un tratado de paz. Por su parte, el cónsul Serbio Sulpicio Galba había sometido a los lusitanos en la Península, muchos de los cuales fueron asesinados.

Nobilior fue sustituido al año siguiente (152 a. C.) por Marco Claudio Marcelo que ya había sido procónsul el 168 a. C. Éste fue a su vez sucedido el año 150 a. C. por Lucio Luculo, que se distinguió por su crueldad y su infamia.

El 147 a. C., un nuevo lÍder lusitano llamado Viriato vuelve a rebelarse contra el poder de Roma. Huido de las matanzas de Serbio Sulpicio Galba tres años antes, y reuniendo a las tribus lusitanas de nuevo, Viriato inició una guerra de guerrillas que desgastaba al enemigo, aunque sin presentarle batalla en campo abierto. Condujo numerosas incursiones y llegó incluso a las costas murcianas. Sus numerosas victorias y la humillación a la que sometió a los romanos le valieron la permanencia durante siglos en la memoria hispánica como el referente heroico de la resistencia sin tregua. Viriato fue asesinado sobre el año 139 a. C. por sus propios lugartenientes, muy probablemente sobornados por Roma. Con la muerte de Viriato desaparece también la última resistencia organizada de los lusitanos, y Roma continuaría adentrándose en la Lusitania, de lo que es buen testimonio el Bronce de Alcántara, datado en 104 a. C.

La guerra contra los pueblos celtíberos [editar]

Artículo principal: Guerras Celtíberas

Entre el 135 y el 132 a. C., el cónsul Decimo Junio Bruto realizó una expedición hasta la Gallaecia (Norte de Portugal y Galicia). Casi simultáneamente(133 a. C.) fue destruida la ciudad celtíbera de Numancia, último bastión de los celtíberos. Éste sería el punto culminante de la guerra entre celtíberos y romanos, entre el 143 y el 133 a. C.; la ciudad celtíbera acabó siendo tomada por Publio Cornelio Escipión Emiliano, cuando ya el hambre hacía imposible la resistencia. Los jefes celtíberos se suicidaron con sus familias y el resto de la población fue vendida como esclavos. La ciudad fue arrasada.

Durante más de un siglo los vascones y celtíberos se disputaron las ricas tierras del Valle del Ebro. Probablemente la celtíbera Calagurris, hoy Calahorra, llevó el peso de la lucha, auxiliada por alianzas tribales; por parte vascona debía existir algún asentamiento medianamente importante situado al otro lado del Ebro, más o menos frente a Calagurris, que obtenía también el apoyo de los vascones de otros puntos. Seguramente los celtíberos llevaron la mejor parte en la lucha, y destruyeron la ciudad vascona, ocupando tierras al otro lado del Ebro.

Pero los llamados «celtíberos» eran enemigos de Roma, y los vascones eran (estratégicamente es lo más razonable) sus aliados. Cuando fue destruida Calagurris por los romanos, fue repoblada con vascones, probablemente procedentes de la ciudad vascona del otro lado del río, destruida tiempo antes por los celtíberos (que habrían ocupado sus tierras al Norte del Ebro), y por vascones de otros lugares.

Cuando el 123 a. C. los romanos ocuparon las islas Baleares, se establecieron en ellas tres mil hispanos que hablaban latín, lo que da idea de la penetración cultural romana en la Península en apenas un siglo.

 

Las guerras civiles [editar]

Hispania no fue ajena a las disputas políticas y militares de los últimos años de la República Romana, cuando Quinto Sertorio se enfrentó al partido de los aristócratas encabezado por Sila en 83 a. C. Al perder en Italia, Quinto se refugió en Hispania, continuando la guerra contra el gobierno de Roma y estableciendo todo un sistema de gobierno con capital en Huesca (Osca). Finalmente, fue Pompeyo quien, tras varios intentos de incursión en Hispania, terminó con Quinto Sertorio utilizando más la intriga política que la fuerza militar. Posteriormente sería el apoyo peninsular a Pompeyo el causante de una nueva guerra en Hispania entre seguidores de éste y los de Julio César. Esta guerra finalizó en 49 a. C. con la victoria de Julio César.

Julio César y la guerra contra Pompeyo [editar]

Julio César invade Hispania como parte de su guerra contra Pompeyo por el poder en Roma. Para entonces, Pompeyo se había refugiado en Grecia, y lo que César pretendía era eliminar el apoyo a Pompeyo en occidente y aislarle del resto del imperio. Sus fuerzas se enfrentan a las pompeyanas en la batalla de Ilerda (Lérida), obteniendo una victoria que le abriría las puertas a la Península. Finalmente, las fuerzas de Pompeyo serían derrotadas en Munda en 45 a. C. Un año más tarde, Julio César sería asesinado a las puertas del Senado de Roma, y su sobrino-nieto Cayo Julio César Octaviano, tras una breve lucha por el poder contra Marco Antonio, fue nombrado cónsul para, posteriormente, ir acumulando poderes que finalmente conducirían a la agonizante república romana hasta el imperio.

Las Guerras Cántabras [editar]

Operaciones militares romanas llevadas a cabo durante las Guerras Cántabras contra cántabros y astures.      Campaña del año 25 a. C.      Campaña del año 26 a. C.      Campaña de Julio César del año 61 a. C.      Campaña de Décimo Junio Bruto del año 137 a. C.
Artículo principal: Guerras Cántabras

Durante el gobierno de César Augusto, Roma se vio obligada a mantener una cruenta lucha contra las tribus cántabras, un pueblo de guerreros que presentó una feroz resistencia a la ocupación romana. El propio emperador hubo de trasladarse a Segisama, actual Sasamón, (Burgos), para dirigir en persona la campaña. Roma adoptó con los cántabros una cruel política de exterminio que supuso la práctica extinción de esta cultura prerromana. Con el final de esta guerra terminarán los largos años de luchas civiles y guerras de conquista en los territorios de la Península Ibérica, inaugurando una larga época de estabilidad política y económica en Hispania.

Notas [editar]

Véase también [editar]