Características físico-químicas
Si bien los diamantes, hermosos en apariencia, no son más que trozos de carbono cristalizados en su forma más pura, son asimismo las piedras preciosas más duras, hasta el punto de determinar el grado 10 de la escala de Moss, punto a partir del cual se establece hacia abajo la dureza de todos los demás minerales. Sus cristales cúbicos, extremadamente compactos a causa de las elevadísimas presiones bajo las cuales han sido generados, ofrecen una gran fuerza de cohesión, a pesar de lo cual poseen planos de clivaje netamente diferenciados, a lo largo de los cuales se tallaban sus facetas en la antigüedad. A pesar de la enorme distancia estética que los separa, la composición química del diamante es exactamente igual a la del grafito y, la única diferencia estriba en la cristalización ortorrómbica del diamante, en contraposición con la estructura amorfa del grafito. Esta configuración de los planos de clivaje facilita notablemente el tallado en brillante, ya que por percusión se fractura siguiendo las facetas de un octaedro perfecto y simétrico; en la antigüedad ésta era la única manera conocida de tallar diamantes. Ópticamente, el diamante puro es monorrefringente, pero en muchos casos, los planos de clivaje le otorgan una birrefracción anómala, por lo cual los ejemplares incoloros puros y, de transparencia perfecta, son los más costosos, conociéndolos como “de primer agua”. Una excepción a esta regla son las gemas coloreadas de rosa por inclusiones de bióxido de manganeso, amarillas por el óxido de cromo o verdes por el sulfato de cobre o derivados del uranio y el torio, que cuando conservan la transparencia perfecta alcanzan precios muy elevados; lo mismo sucede con las variedades negras completamente opacas, a causa de su escasez. Otra de las aplicaciones (en realidad la más importante, económicamente hablando), está destinada a los diamantes con pequeñas manchas, zonas nebulosas, resquebrajaduras o colores disparejos, cuyos defectos los condenan a ser pulverizados, para utilizarse en puntas de trépanos de excavación, sierras para minerales y metales duros, soportes para piezas móviles de mecanismos de precisión, etc. Origen y proyección histórica La mitología persa sostenía que el diamante sostenido en su mano por Ahriman (la personificación del mal sobre la tierra) era su símbolo de poder sobre el mundo, una vez que Ormuz dios supremo del bien, hubiera perdido su poder. Sin embargo, Ormuz triunfó sobre Ahriman y, la joya se hundió en un lago, donde se fundió con el semen de Zahrathustra, dando origen a todos los preceptos mazdeístas. También el Antiguo Testamento se ocupa de los diamantes como instrumentos del Omnipotente, utilizados por Jehová para ahuyentar las hordas malditas de los ángeles rebeldes, y expulsarlas definitivamente del paraíso. Era asimismo una de las gemas del pectoral de Aarón y, el propio Abraham llevaba un collar de ellos en el cuello, con el que “...curaba a los desahuciados y devolvía la luz a los ojos de los ciegos”. La tradición sánscrita, perpetuada por los Vedas, considera al diamante como una piedra nociva, a menos que se la purifique, sometiéndola durante siete noches seguidas al humo de estiércol de vaca, seguido de una inmersión en una infusión hecha con las hojas de una planta solanácea, como la papa, el tabaco o la hierba mora. Cabe destacar que, curiosamente, este tipo de plantas es de origen sudamericano. Según los viejos códices chinos, el diamante tiene su origen en el apareamiento de piedras preciosas Yang (masculinas) y Yin (femeninas). Cuando la polaridad de estas gemas alcanzaba el equilibrio cósmico perfecto, de su unión surgían pequeños diamantes, que crecían nutriéndose del rocío de la noche. También las leyendas occidentales, antiguas y modernas, hablan de la “malignidad” de los diamantes, tal vez basándose en el hecho de que la mayoría de los brillantes célebres excepto quizás el Cullinam, considerado el más grande, con sus 967 quilates han tenido historias signadas por el dolor y la muerte: El Orlov (436 quilates), uno de los ojos de la estatua de Buda, fue robado por un soldado francés que murió trágicamente y regalado por el príncipe Orlov a la zarina Catalina II, formó parte del cetro de los zares hasta su caída, de la cual se culpa a su maleficio. El Regente (533 quilates), fue encontrado por un esclavo negro de un campo diamantífero, que fue asesinado por robárselo; luego llegó a formar parte de la Corona de Francia, de la cual fue robado para hallárselo luego en el cadáver de un desconocido en un cementerio de Nantes. También el Hope (más famoso por su aura nefasta que por sus 321 quilates) perteneció a la realeza francesa. Pasó sucesivamente de las manos de una de las favoritas de Luis XV, Montespan, a las de Luis XVI y a las de María Antonieta, todos ellos desaparecidos en condiciones trágicas. También el Koh-i-Noor, el segundo en tamaño conocido (657 quilates), cuenta una historia de sangre y muerte: Según el Mahabbharata, fue bajado del cielo por el hijo del dios Sol, Kamrid, quien lo regaló al Gran Mongol, que luego fue asesinado por el Shah de Persia, quien a su vez también murió en una batalla ocasionada por la posesión del diamante. Propiedades terapéuticas físicas, químicas y emocionales El diamante es, en esencia, un extraordinario condensador de energías de todo tipo y, su naturaleza positiva, especialmente utilizada sobre el chakra de la corona, ayuda a aumentar la energía vital, armonizando todos los cuerpos sutiles con el físico y erradicando así toda posibilidad de enfermedad orgánica. Sin embargo, su mayor potenciaIidad se centra sobre los problemas psíquicos, especialmente en aquellas personas con deseos de superación espiritual, pero que se encuentran sometidas a bloqueos mentales, originados en su mayor parte por traumas infantiles y juveniles. En ellas, el diamante, colocado sobre el chakra coronario, canaliza las frecuencias de los siete colores cósmicos, permitiendo el desbloqueo y la liberación del potencial energético personal en su forma más plena. En la gemoterapia moderna, el diamante está especialmente indicado como ayuda para la meditación, ya que su carácter ambiguo ayuda al que medita a discernir entre lo positivo y lo negativo, el bien y el mal, el camino correcto y el incorrecto; en definitiva, el Yin y el Yang. Quien lo adopte para la meditación con propósitos sanos, honestos y constructivos, obtendrá de él lo mejor, pero quien lo haga con intenciones aviesas o tergiversadas, recibirá su castigo. En este sentido, podríamos decir que un diamante actúa como un espejo: Si enviamos hacia él energías positivas, nos las devolverá potenciadas, pero si emanamos ondas negativas, también nos serán devueltas pero multiplicadas. |
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