A menudo oímos hablar de la meditación, escuchamos hablar de la sabiduría, escuchamos hablar del conocimiento. Pero, en realidad, ¿cuál es el efecto, cuál es el uso de la sabiduría o el conocimiento?
Entender. Cuando entendemos la mente, no estamos a su merced. Cuando no la entendemos estamos perdidos en medio de ella. Es la diferencia entre estar dominado por el pensamiento o liberado de él.
Hay una diferencia entre sabiduría y conocimiento. Experimentamos un momento de entendimiento y decimos: “Ah, ¡así es la cosa!” Luego pensamos: “Pero, ¿cómo fue que pasó? y quizá más tarde trataremos de explicar a otros cómo fue. La experiencia de entender es sabiduría, pero tratar de capturar ese entendimiento, expresarlo en palabras, es conocimiento.
Todos tenemos conocimiento. Todos podemos expresar una serie de ideas lejanas. Pero si la sabiduría no precede al saber el conocimiento es de segunda mano, el entendimiento es de otro y por lo tanto carece de profundidad. Esta es la razón por la cual dos personas pueden usar el mismo lenguaje para expresar una idea, pero la palabra de uno penetrará profundamente en nuestros corazones mientras que la del otro no hará más que rebotar en la mente. El poder de la experiencia detrás de la palabra, el ser detrás del conocimiento, es la sabiduría, la verdadera trasmisión.
Por ejemplo, un libro puede decir que todos los seres humanos son uno. Pensamos: “Seguro, puedo ver que eso es verdad: todos tenemos un cuerpo y todo el mundo tiene una mente, y todo el mundo tiene emociones, todo el mundo ingiere alimentos y respira aire, todos vivimos en este planeta. Entiendo lo que eso significa. “Luego, en un momento de conciencia profunda nos experimentamos sin estar separados de todo lo demás; en realidad, no hay un “algo más” del que estemos separados. Y pensamos: “Oh, ¡realmente somos todos uno! Pero, cuando tratamos de comunicar la experiencia, nos encontramos diciendo, casi con exasperación, “somos todos uno”. Estamos usando las mismas palabras que habíamos leído antes, pero son inadecuadas, porque el significado ha cambiado drásticamente. No puede ser comunicado, sólo puede ser experimentado. La sabiduría se encuentra a disposición en cada uno de nosotros y el trabajo de balancear la mente de manera que pueda iluminarnos, es el trabajo que debemos realizar sobre nosotros mismos para nosotros mismos.
Un aspecto del poder de la sabiduría es la habilidad de penetrar aquello que previamente se pensó como real. Cada vez que aprendemos algo nuevo y descartamos una opinión vieja modificamos la opinión. Pero la sabiduría es un aquietamiento, una luz interior en la que vemos lo que las opiniones son dentro de nosotros: no sólo esta opinión en contraposición a aquella opinión sino lo que el opinionismo es. El opinionismo es la facultad que tiene la mente de colgarse de una opinión. Cuando nos abrimos a la mente de la sabiduría, vemos las cosas tal como son y decimos: “Bueno, mira cómo cambian las cosas”.
Por cierto, si tratáramos de encontrar una sola verdad en la que pudiéramos estar todos de acuerdo, ésa sería quizá aquella de que todas las cosas cambian. Las opiniones cambian constantemente, el cuerpo está constantemente cambiando, el mundo está constantemente cambiando, nuestras relaciones están constantemente cambiando. De tan simple, esta aseveración tiene una gran sabiduría. Esta sabiduría es generalmente bastante simple porque se aplica a todas las cosas. La verdad está en las cosas aquí y en las cosas allá. Es la verdad en la química o en la física, en la termodinámica o en la psicología. Cada una es sólo una forma diferente en la que reside la misma verdad. Es como la verdad en la ley del karma, causa y efecto, estando esta relación igualmente manifiesta en las leyes del movimiento newtoniano que establece que en cada fuerza hay una fuerza igual y contraria en la dirección opuesta. Que la verdad pueda ser expresada en forma diferente en los distintos niveles de la experiencia, podría verse como una paradoja pero, en realidad, se trata de la dificultad de aprehender la sabiduría del conocimiento dentro de las limitaciones del lenguaje.
Cuando comenzamos a meditar, se hace cada vez más claro que todo cambia de un instante al otro. Cuando nos sentamos apenas durante cinco minutos, tratando de mantener nuestra atención en la respiración frecuentemente pensamos: “No puedo mantener mi atención donde la deseo. Se mueve de este pensamiento a aquel otro, luego a esta sensación y a aquel olor, a algún sonido, y luego...” Notamos que por el ojo de nuestra mente pasa una cosa después de la otra. Vemos que todo es un fluir en constante cambio, yendo y viniendo. Cada momento lleva al siguiente.
Esta realización, de tan simple parece no ser sabiduría. Sin embargo, cuando en nuestro profundo interior experimentamos el cambio, cuando profundamente entendemos que nada es permanente, nuestra sabiduría se incrementa. Luego, descubrimos que nada de lo que queremos obtener puede darnos satisfacción duradera porque todo está en constante flujo y nada permanece para siempre. Todo lo que podría ser —la mejor comida, el encuentro sexual más satisfactorio, la mayor sensación de placer— todo vendrá y se irá como vino. Es esta condición la que nos da esa sutil y agria insatisfacción que llevamos dentro la mayoría del tiempo, aun cuando consigamos todo lo que queremos en nuestro profundo interior conocemos que todo cambiará eventualmente.
Esta realidad nos estrella contra nuestros conceptos de cómo las cosas son porque nuestros conceptos son cosas sólidas e imaginarias que no reflejan el cambio.
El concepto árbol, por ejemplo, es el de una cosa sólida y firme; no el de una cosa que crece, el de un organismo cambiante, sutilmente diferente de cualquier otro árbol de su especie, alterado por el clima, por su exposición a las inclemencias y a las condiciones de ese clima. Los seres humanos tenemos rótulos conceptuales fijos e incambiables en un mundo lleno de cambios, los cuales, por supuesto, causan una ruptura entre el concepto y la realidad, y esto ocasiona tensión.
En definitiva, no vemos la realidad. Solamente vemos las sombras de esta realidad, las sombras de nuestros conceptos, nuestras definiciones, nuestras ideas del mundo. Aferrarse a estos conceptos crea el deseo de que el mundo refleje nuestra idea de cómo debe ser; pero el cambio siempre confronta nuestros conceptos con una realidad diferente de la que imaginábamos, y puede causarnos enojo o hacernos sentir derrotados; algo aislados de la verdad de las cosas por nuestro punto de vista fuertemente arraigado.
En medio de todo este cambio, es interesante notar que mucho de lo que experimentamos no es como realmente está pasando sino lo que creemos que está pasando. Sentados y escuchando no experimentamos realmente la audición. De alguna manera, estamos experimentando un comentario pasajero sobre lo que se está diciendo, quizá un juicio o la comparación con conceptos similares, o una seguidilla de pensamientos asociados recordados por la conversación. A un nivel, por supuesto, todo lo que en realidad está pasando es que el sonido está viajando por el aire y chocando contra los tímpanos y ,a causa de la memoria y los mecanismos perceptuales la mente reconoce lo que se está diciendo.
De manera que no experimentamos lo que está pasando realmente, sino aquello que esta pasando en el mundo del pensamiento. La mayoría de nuestra experiencia es una reflexión ensoñada en la mente. No experimentamos nuestra propia visión o audición tanto como lo que creemos que estamos viendo u oyendo. Si olemos un perfume, estaremos experimentando su esencia un instante antes de que la experiencia directa de oler sea enterrada en la mente por una avalancha de pensamientos y de imágenes visuales asociadas. Un ejemplo de cuánto investimos en el reino de los pensamientos se pone en evidencia en nuestra relacion con el mundo del tacto. Por ejemplo, cuando las manos se acercan a tocar a un compañero sexual, se considera que ésta es una sensación agradable. Pero cuando la mano alcanza una pila de basura, se considera que esta es una sensación desagradable; si la mano toca una pared, puede que ésta sea una sensación indiferente. Pero todo lo que está pasando es, en realidad, la presión ejercida por la mano sobre la punta de los dedos; el resto es todo una forma de pensamiento conceptual proyectada por el deseo y el condicionamiento.
El poder de la sabiduría es despertarnos a la experiencia directa de las cosas como son, alejarnos de nuestra ceguera y permitirnos vivir más nuestra vida, además de experimentar el mundo desde un punto de vista conceptual, donde todo lo que llamamos realidad es un sueño o la sombra de un sueño.
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