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HISTORIA7: ARTE ELAMITA. La historia conocida de los elamitas se remonta muchos años antes de su entrada triunfal en Ur, cuando pusieron punto y final a una de las civilizaciones más espléndidas de la Mesopotamia de la antigüedad y dieron inicio, de ese modo, a un pueblo que, no sin intermitencias, se convirtió en uno de las culturas más relevantes de su época en la región. Por lo tanto, y yéndonos a los albores de la cultura elamita, sabemos que hacia el año 2500 a.C. Eannatum de Lagash, como ya se ha mencionado anteriormente, nieto de Ur-Niná, logró hacerse con el control de los territorios dominados por los elamitas, una zona bastante extensa que correspondería al actual suroeste de Irán, región que hoy se denomina Khuzistán. Por aquel entonces, teniendo en cuenta los datos que se poseen en la actualidad, no parecía ser el pueblo elamita una cultura excesivamente militarizada, por lo que se hace perfectamente comprensible que una civilización como la que gobernaba Eannatum, soberano ambicioso, no tuviera mayores problemas en asimilar dichos territorios.

Arte elamita

Músico barbado tañendo un instrumento de cuerda (Musée du Louvre, París). Relieve de terracota del período elamita, procedente de Susa. La figura aparece desnuda, pero con la cabeza cubierta por un sombrero.

Metalistería
Época: Sumer y Akad
Inicio: Año 2334 A. C.
Fin: Año 2154 D.C.
Antecedente:
El Imperio Acadio

Lamentablemente, se poseen pocos ejemplares de la metalistería y orfebrería acadias, pues dada la nobleza de los materiales en que fueron fabricadas algunas estatuas, numerosas joyas y otros objetos suntuarios, prontamente hubieron de ser saqueados por los invasores qutu.
Entre las obras de pequeño formato que han llegado hay que citar, proveniente del mercado anticuario, una estatuilla de oro (hoy en una colección particular) que recuerda por su aspecto a las elaboradas en piedra, de Mari; así como un portador de cabritillo, en bronce (21,5 cm; Museo de Berlín), que fue localizado en Assur, y cuyos rasgos faciales dan a su rostro un aspecto insólito, como perteneciente a una extraña etnia.
Pieza de gran interés es la figura de un héroe desnudo, perfectamente modelada, hallada en Bassetki (hoy en el Museo de Iraq) y de la que sólo ha llegado la mitad inferior (35 cm de altura). Fue vaciada en cobre (restan hoy 160 kg) y lleva en el disco de la base -67 cm- una inscripción de Naram-Sin, por lo que es muy probable que perteneciera a tal rey, representado en el acto de hundir un clavo de fundación de algún templo (¿o quizás se halla enarbolando algún estandarte de grueso mástil?).
Sin embargo, la obra máxima de la toréutica acadia es la famosísima y muy divulgada Cabeza broncínea de Naram-Sin (36 cm de altura; Museo de Iraq), hallada en una escombrera cercana al templo de Ishtar de Nínive, adonde fue arrojada ya en la Antigüedad tras serle arrebatadas las incrustaciones y ser mutilada intencionadamente (le cortaron las orejas). Esta cabeza, de fina y aquilina nariz, de labios carnosos y bien perfilados, de larga y cuidadosa barba y cabellos recogidos en la nuca en un artístico moño (recuérdese otra vez el casco-peluca de Meskalamdug), irradia ante todo la belleza idealizada de un rey de las cuatro regiones del Universo más bien que los rasgos individuales de un soberano concreto, de Naram-Sin.
Finalmente, debemos citar una segunda cabeza de tamaño natural, hallada en la zona del lago Urmia, coetánea tal vez de la que acabamos de comentar; es de cobre (34 cm de altura) y se guarda en el Metropolitan Museum de Nueva York. Considerada obra del arte elamita, hoy ya no se duda, en razón de los análisis comparativos realizados, en afirmar que su estilo es plenamente acadio, aunque represente a un personaje de rasgos elamitas, probablemente a Puzur-Inshushinak.
Los orígenes del arte iranio
Época: arte del Irán
Inicio: Año 130000 A. C.
Fin: Año 7000 D.C.
Antecedente:
El arte del Irán
Siguientes:
Primeras ciudades, primeros estados
La madurez del arte suso-elamita
En el curso del año 1891, algunos de los escasos campesinos que vivían cerca del modesto santuario dedicado a la memoria del profeta Daniel, a orillas del Chaur, un riachuelo afluente del Karum, permanecían sentados en cuclillas y silenciosos sobre una de las cuatro colinas de Sus, observando el ir y venir de un curioso personaje.
Vestido con una levita oscura y tocado con un gorro de piel, un alto y barbudo europeo subía y bajaba las colinas, inclinándose para recoger fragmentos de cerámica, ladrillos o cualquier cosa que llamara su atención. Cierto que no era el primero que veían por allí. No hacía sino cuatro años que un matrimonio francés, que había vivido con ellos algún tiempo, se marchó llevándose lejos un capitel de piedra y los guerreros de un muro de ladrillo. Pero éste, con su enérgico andar, su hablar para sí y su llamativo aspecto, les sorprendía sobre todos.
Jacques de Morgan (1857-1927) -pues así se llamaba el estudioso-, se detuvo al pie de la mayor de las colinas de Sus, cuyos 38 metros de altura le dejaron sin respiro. Al ir a comenzar la ascensión, sus ojos repararon en unos sílex. Tras recogerlos cuidadosamente, los envolvió en un pañuelo y continuó su marcha pensativo. Si en su excavación de los años 1884-86 los esposos Dieulafoy habían documentado un palacio de Artajerjes II (404-359 a.C.), aquellos sílex suponían que allí, en la antigua Susa y bajo aquel enorme tell, podía hallarse toda la historia del antiguo Irán desde los orígenes del hombre. Jacques de Morgan se frotó las manos satisfecho.
Años después, el 18 de diciembre de 1897, un J. de Morgan feliz comenzaba la excavación sistemática de una de las más célebres ciudades del Irán. Cuando en 1907, y tras ímprobos esfuerzos, alcanzó la base de aquel gigantesco tell que tanto le impresionara en su juventud, encontró emocionado la huella de los primeros habitantes de Susa, una necrópolis del IV milenio; y en sus ajuares, la bella cerámica pintada, que, con sus íbices estilizados, escribe las primeras páginas del arte del Irán.
Los inicios de la presencia humana en la meseta y los intrincados valles y laderas de las montañas iranias, en las estepas del Asia Central y en los pasos hacia el Indo y el Afganistán, se remontan a muchos miles de años atrás. Pero la magnitud del área y su difícil región, la existencia de muchas zonas todavía mal conocidas y los distintos estadios de la investigación, dificultan la visión global del proceso. No obstante, disponemos hoy de los suficientes elementos como para intentar esbozar un cuadro general y concluir que, contra lo que suele afirmarse, los distintos mundos del Irán llegarían en fechas tempranas a conocerse y a influirse mutuamente; y pronto también nacería un arte, pues con independencia de los valores que pudiera poseer, difícilmente podemos negarles el sentimiento artístico a las más jóvenes realizaciones de las gentes del Irán.
Los primeros cazadores y recolectores del Zarziense (13000-12000 a.C.), que habitaron las grutas del valle de Hulailán y Ghar-Khar en los Zagros, fueron acaso los primeros antepasados iranios conocidos. Se movían por las tierras altas, cazando y pescando lo que caía a mano: moluscos, pájaros, ungulados... Su industria del sílex era elemental y microlítica; pero el descubrimiento de microlitos semejantes en las regiones del norte del Makrán pudiera poseer un significado excepcional, porque podrían ser las huellas de la remota vía que, miles de años después, habría unido los distintos focos neolíticos del Baluchistán y los Zagros.
Según un modelo propuesto por H. J. Nissen (1983), las regiones donde convergían biotopos distintos, al proporcionar una rica variedad de recursos, facilitarían el proceso de sedentarización y las experiencias en la domesticación de plantas y animales. Eso debió determinar el futuro de Ali Kos, al suroeste de los Zagros, donde los recolectores mejoraron la industria lítica, construyeron chozas semienterradas, ampliaron la caza -gacela, onagro, buey salvaje, jabalí, pesca- y comenzaron a manipular plantas y animales en el curso del noveno milenio.
Sus experiencias debieron ser seguidas en muchos otros lugares de la región central de los Zagros, que, como sugiere G. Dollfus, desempeñó un papel esencial en el nacimiento del neolítico iranio. En el curso del VIII milenio se acentuó el dominio sobre plantas y animales, aunque en la dieta de los habitantes de las primeras aldeas de tapial, M. J. Schoeninger ha demostrado que todavía dominaba la carne sobre el cereal; y poco después, entre el 7000 y el 6000 a.C., el proceso de sedentarización y producción de alimentos culminaría con las aldeas construidas en adobe sobre cimientos de piedra y paredes rectas. Las primeras cerámicas a mano de pasta oscura, con abundantes desgrasantes de paja y cocidas a fuego bajo, pronto se harían decoradas en el mismo Ali Kos, Qal'i Rustam -al sur de la actual Isfahán- y en Hayyi Firuz junto al lago Urmia. Y con ellas, como con las estatuillas de barro de Tépé Sarab, en el corazón de los Zagros, nacería el arte iranio. La célebre diosa de Tépé Sarab, una típica figurita femenina realizada uniendo partes distintas, evoca en sus formas a las más o menos contemporáneas figuritas anatólicas de Çatal o Hacilar, pero también se hermana con el horizonte de la cultura de Djeitun en el Turkmenistán.
A lo largo del lento proceso que lleva de las simples aldeas a la ciudad (ca. 6000-3200 a.C.), iría madurando el arte de la cerámica pintada, que resulta ser la más acusada característica estética de la región. Dice E. Porada, en su ya clásico "Irán Antiguo", que podría suceder que los únicos temas ornamentales de la cerámica pintada del Irán hubieran sido algo más que una simple decoración, pero que sería vano entrar en suposiciones. Mas no deja de ser evidente que, entre otros temas posibles, los grandes musmones de cuernas retorcidas, las gacelas y las cabras monteses impresionaran siempre la mirada del hombre del Irán, que los llevaría a sus cerámicas en Sialk, Tall-i Bakun y Susa, o a sus metales en Hissar, Ziwiye, Luristán o Persépolis. Demasiada constancia para una simple casualidad.
En los pasados años treinta, R. Ghirshman consiguió en Tépé Sialk, una colina localizada en el límite oeste de la meseta al pie de los Zagros, una amplia sucesión estratigráfica y una buena información sobre el desarrollo de la cerámica pintada. Presente ésta desde los pasos primeros de la ocupación humana, en lugar alcanzaría su cenit en los niveles II -con recipientes de paredes finas, mejor pasta y cocción, color rojo y pintura negra- y III, que debió iniciarse a comienzos del IV milenio. En esta época apareció el torno, que haría posibles las bellas y sorprendentes formas del período. La mejora en la cocción -pues se construyeron los primeros hornos de calidad- daría pastas más claras primero y verdosas -como en Mesopotamia- después. Las superficies, pulimentadas con frecuencia, se llenaron de temas naturalistas y geométricos con una interpretación típica e inconfundiblemente irania. Las superficies de copas, cálices, cuencos, vasos, platos se cubrieron con las siluetas de carneros, aves, gacelas, cabras monteses, motivos geométricos e incluso humanos pintados en negro. Y aquí, como en Hissar o en Tel-i Iblis, en el camino hacia el Sistán, se confirmó la primera metalurgia que, como no podía ser menos, nacía así en las proximidades de los yacimientos de cobre.
En 1928, en la región de la vieja Persépolis, E. Herzfeld comenzó a excavar una pequeña colina, Tell-i Bakun, cuya espléndida cerámica pintada se prolongaría en la de Susa. Pues a comienzos del IV milenio, la llanura del río Karum al pie de los Zagros, conoció el nacimiento de lo que andando el tiempo sería una de las más viejas y famosas ciudades del Irán. Sus gentes dejaron recuerdo en una gran necrópolis con cientos de tumbas pegadas a una especie de gran plataforma en talud, decorada con conos de arcilla y descubierta por M. J. Steve y H. Gasche en los años sesenta. Con toda certeza, la plataforma de Susa fue el primer edificio monumental del Irán -con todas las consecuencias que puedan derivarse, como las supuestas por J. D. Forest- pionero quizá sobre Eridu en una ciudad cuyos numerosos sellos de estampilla -raros en Eridu-, sugieren una gran vitalidad. No obstante, la llamada cerámica de Susa I -Susa A-, con sus bien conocidos vasos pintados, es su más perfecta realización artística. Extendida por todo el Juzistán, su popularidad se comprende por la calidad de su pasta y manufactura, la elegancia de sus formas y su cuidadosa decoración en negro o pardo sobre engobe claro, con temas geométricos y zoomorfos muy estilizados.
RUINAS DE LA CIUDAD DE SUSSA

La historia conocida de los elamitas se remonta muchos años antes de su entrada triunfal en Ur, cuando pusieron punto y final a una de las civilizaciones más espléndidas de la Mesopotamia de la antigüedad y dieron inicio, de ese modo, a un pueblo que, no sin intermitencias, se convirtió en uno de las culturas más relevantes de su época en la región. Por lo tanto, y yéndonos a los albores de la cultura elamita, sabemos que hacia el año 2500 a.C. Eannatum de Lagash, como ya se ha mencionado anteriormente, nieto de Ur-Niná, logró hacerse con el control de los territorios dominados por los elamitas, una zona bastante extensa que correspondería al actual suroeste de Irán, región que hoy se denomina Khuzistán. Por aquel entonces, teniendo en cuenta los datos que se poseen en la actualidad, no parecía ser el pueblo elamita una cultura excesivamente militarizada, por lo que se hace perfectamente comprensible que una civilización como la que gobernaba Eannatum, soberano ambicioso, no tuviera mayores problemas en asimilar dichos territorios.
Por otro lado, el dominio ejercido por Eannatum fue mucho más tiránico que el que ejercería más tarde Sargón de Akkad, así que deberá entenderse que aquella época fue especialmente complicada para las manifestaciones artísticas propias de los elamitas, que se debieron ver claramente influidas por las concepciones estilísticas de los sumerios. En cambio, como se ha apuntado, Sargón de Akkad también incorporó al pueblo elamita a su imperio aunque, a diferencia de Eannatum, mantuvo las instituciones locales, lo que permitió, probablemente, que se fuera gestando, quizá de una manera algo tímida, una cultura elamita mucho más libre y, por tanto, propia, que la que debió de haber durante el período de Eannatum. Así, no fue hasta el declive del imperio levantado por Sargón que el pueblo elamita recupera la independencia. De todos modos, aún conocerían otro período de dominación antes de entrar triunfantes en Ur, pues los sumerios controlaron los territorios elamitas durante la época de la III Dinastía (2064-1955 a.C).
Los inicios de Elam como un pueblo poderoso que gozaba de un estado sólido se encuentran en la conquista de Ur. Durante más de doscientos años a partir de la caída de una las ciudades más importantes de la antigüedad, los elamitas participarían de una forma claramente protagonista en el curso de la historia de Mesopotamia, legando, asimismo, un arte de sumo interés y no siempre excesivamente ponderado en su justa medida. Por otro lado, de este período de más de dos centurias han llegado algunas de las obras de arte más importantes de los elamitas. Posteriormente, Elam quedó subyugada por el imperio babilónico levantado por Hammurabi, y los elamitas habrían de esperar hasta bien entrado el siglo XIII a.C. para disponer de un estado autónomo y fuerte. Se confirma, por tanto, que se cumple la idea que ya se había señalado al empezar a tratar del arte elamita, pues, como se decía, este pueblo conoció intermitentes épocas de independencia y esplendor que se alternanaban con otras durante las cuales quedaban sometidas, en mayor o menor medida, por otros imperios que necesariamente debían de dejar impronta en su cultura y, por lo tanto, en su concepción del arte.
Por tanto, a partir de la citada fecha, el Elam entra en un segundo período de gran poder, y, a diferencia de la política seguida siglos atrás, los soberanos elamitas se muestran claramente decididos a ampliar los límites de su territorio. Quizá llegó al poder una élite especialmente ambiciosa que se dio cuenta de que no podían seguir viviendo a merced de las ansias conquistadoras de pueblos vecinos. En todo caso, los elamitas decidieron convertirse en un pueblo dominante en lugar de presa fácil para las ambiciones de otros imperios. Nuevamente desde Babilonia llegaría el mayor enemigo de los deseos expansionistas de los soberanos de Elam. Nabuco-donosor I acaba con la autonomía elamita conquistando la ciudad de Susa, una de las ciudades más importantes de Elam, y somete al pueblo hasta que en el siglo VIII a.C. el rey elamita Humbanigas vence a Sargón II. Aunque poco duraría este espejismo de independencia, pues enseguida, otro gobernante con ansias de poder, Senaquerib, derrota a los elamitas y pone a fin a su cultura.
Efectivamente, han pasado, desde aquel lejano año 2500 a.C, en el que los elamitas se encontraban sometidos al control del importante soberano sumerio Eannatum de Lagash, prácticamente 1.700 años en los que los elamitas han gozado de períodos de independencia y han padecido épocas de sometimiento a otras culturas. Así, llegados al siglo VIII a.C, el pueblo elamita confirma su definitivo declive pues sus territorios quedarán sometidos una parte al dominio babilónico y la otra al persa, diluyéndose definitivamente su cultura en ambos pueblos.

Sit-Shamshi (Musée du Louvre, París). Tabla de bronce que parece resumir sabiamente el ritual del antiguo Elam. Los zigurats recuerdan el arte mesopotámico, el bosque sagrado alude a la devoción semita por el árbol verde, la tinaja trae a la mente el "mar de bronce". Los dos hombres en cuclillas hacen su ablución para celebrar la salida del Sol. Una inscripción, que lleva el nombre del rey Silhak-in-Shushinak, permite fijar su datación en el siglo XII a.C.

Obtenido de http://www.historiadelarte.us/mesopotamia%20primitiva/arte-elamita.html

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